Erase una vez una mujer que vivía con el MIEDO, había convivido con él
desde que era pequeña y se había acostumbrado a su presencia a pesar de
que él era muy desagradable, grande y fuerte, y que la mordía con unos
terribles colmillos venenosos paralizando su corazón y debilitando sus
músculos. Sin embargo esto no pasaba tan a menudo, solamente cuando ella
hacía algo que a él le molestaba.
Un día la mujer decidió
hacer algo novedoso, algo para ella misma... Al MIEDO no le agradó la
idea y la mordió con más fuerza, pero a pesar de que el corazón de la
mujer casi dejó de latir y sus músculos perdieron la fuerza, continuó
luchando hasta que anocheció y la mujer cayó exhausta en el sueño. Cada
mañana empezaba una nueva pelea, en la que el MIEDO siempre ganaba,
hasta que un día la mujer logró derribarlo y sujetarlo para que no la
mordiera; lucharon y lucharon, pero eventualmente la mordió.
La
batalla continuó diariamente y la mujer siempre resultaba derrotada,
pero poco a poco, con cada mordida sus músculos se fueron fortaleciendo y
también fue descubriendo los trucos y los puntos débiles del MIEDO. Con
el tiempo, por fin la mujer pudo sujetarlo en el suelo y ponerle el pie
en la espalda. Entonces le dijo: “te he vencido, así que ahora vete” y
el miedo desapareció.
A la mañana siguiente la mujer despertó
feliz, pero cual no sería su sorpresa al ver al MIEDO sentado en una
esquina del cuarto. “¿Qué haces aquí?, ¡YO te he vencido!” gritó ella.
“Pero eso fue ayer... si quieres que me vaya tendrás que vencerme
nuevamente hoy.”
Y las peleas continuaron, pero el MIEDO
parecía que empequeñecía cada mañana y de pronto ella se dio cuenta que
apenas le llegaba a la cintura. Entonces le dijo: ”Me voy a recoger
moras al monte” y lo quitó de su camino de un empujón. Al estar
recogiendo las moras se encontró de frente a un oso grande y hambriento
que se enfureció y empezó a perseguirla; ella corría pero estaba
convencida de que moriría pues el oso acortaba la distancia rápidamente.
Por fortuna esa mañana la mujer no había despedido al MIEDO, así que en
ese momento estaba justo tras ella y la mordió. De inmediato su cuerpo
ya entrenado produjo el antídoto: la medicina anti-miedo que le dio
fuerza y aceleró su corazón. Sin soltar la canasta de moras y de la mano
del MIEDO corrieron los dos hasta llegar a casa.
Esa tarde la
mujer horneó un delicioso pastel de moras y para agradecerle al MIEDO lo
invitó a cenar. Este se enfureció, no quería oír agradecimientos (en
verdad no quería ver a la mujer lastimada) “¿En qué estabas pensando?”
“¡Si me hubieras hecho caso no te habrías encontrado al oso!” y quiso
reanudar la pelea, pero la mujer que estaba muy cansada por la carrera,
solamente le contestó: “Pero tampoco tendría estas deliciosas moras.” Y
satisfecha, se fue a dormir.
Volvieron a reanudar las peleas y
el MIEDO fue haciéndose más pequeño, lo que la mujer quería era
desaparecerlo para siempre. Cuando ya era muy pequeñito, la mujer tuvo
otra idea, confeccionó un morralito y lo introdujo en él, así lo
llevaría siempre consigo, atado a su cintura para sacarlo cuando lo
necesitara. Recuerden que la mujer se había acostumbrado a vivir con el
MIEDO.
Autora: Karen Gould
Traducción y adaptación: Ángeles Díaz Rubín (Cuqui Toledo).